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El buzon (adaptacion)

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EL BUZÓN
(Basado en “Siwolae” o “Il Mare” de Hyun-Seung Lee)

Cinco segundos talvez no son muchos, un auto y todo se desvanece. Los recuerdos no son muchos cuando piensas que son creados por el destino, un juego macabro escrito en tu mente. Así veía su vida Tomas. Unos meses antes había decidido por razones personales vivir sólo, cosas del destino en realidad, su abuelo había muerto y le había dejado una herencia. No se había convertido en millonario ni nada parecido, el abuelo había sido arquitecto y en los últimos años se había farreado el todo y poco dinero que tenía, sin embargo, había dejado fondos para hacer un último proyecto antes de morir, lo que él llamaría “La Casona”, una casa nacida de su propia mente. Había sido terminada hace un año y jamás había sido habitada. A Tomas la historia no le importó mucho, ahora esa casa era suya y podía por fin dejar el maldito departamento que comenzaba a ser más caro de lo que estaba dispuesto a pagar. La Casona cerca del mar, tenía dos pisos, una terraza, un pequeño patio y mucho espacio que ocupar. Ah, lo más importante, también tenía un buzón para las cartas, todos sabían que el abuelo tenía nostalgia por ellos, por eso había instalado uno, fue lo último en construirse y él lo había hecho sin ayuda de nadie. Tomas cuando lo vio, se río pensando que parecía un farol.

—¡¿Y esta carta?!

Segundo día en la Casona, todas sus cosas todavía en cajas y una carta impredecible en el buzón. Estaba dirigida sencillamente “Para el próximo pasajero de la Casona”, no tenía remitente ni otra indicación. Sólo había sido firmada con una bella letra que marcaba “Carolina”.

Ella se llamaba Carolina, era de esas chicas que se quedaba en las penumbras escuchando música deprimente, que sólo caminando por la calle, podía quedarse durante varias horas mirando nada, sólo quieta observando, todo el mundo la veía raro y ella se enfurecía con el medio. Sólo hace un mes que había dejado la Casona y ya la extrañaba, esa casa le había ayudado a superar todo lo malo que le había pasado en su vida. El arriendo de donde sea que se cobrará, era muy caro y ya no tenía los medios para pagarlo. Así era la vida, había que dejar lo mejor que tenía, sin embargo, como una especie de chiste, se había dado el trabajo de dejar una carta en el buzón, le puso “Para el próximo pasajero de la Casona” y había firmado con su nombre al final de la carta. Ninguna dirección, ningún futuro.

Tomas la había leído ya dos veces y la verdad no entendía mucho lo que decía. Daba varias explicaciones sobre la casa y comentaba sobre unas manchas en la terraza, las describía como pequeñas pisadas de perro que jamás había podido sacar, le recomendaba que no lo intentará. Las manchas no existían y creyó que no era más que una broma, sobre todo cuando se dio cuenta que estaba fechada el 12 de abril de 1999. Entendió que era un chiste, él recién había llegado a la casa el 21 de mayo de 1996. No era más que un juego tonto, pero quería saber hasta donde era capaz de llegar el autor de la carta. Escribió una carta en repuesta, explicando el error tanto en la fecha como en las inexistentes manchas de la terraza, creyendo que el único vinculo entre la extraña y él era el buzón, pues la puso ahí y esperó una respuesta que creía que jamás llegaría.

Carolina no podía olvidarse de la Casona, había vivido un poco más de un año entero en ella y no podía evitar caminar por las largas calles que le antecedían y desde la plaza que estaba al frente, ver su silueta durante horas, tratando de recordar todo lo que le había ayudado en su recuperación. Un mes después de dejarla, aún mantenía el cartel “se arrienda”. Encontraba imposible que tan maravillosa casa siguiera sin habitarse, era terrible verla tan tristemente abandonada, sin vida, como dicen... muerta. Carolina caminó hasta el buzón y se cercioró que nadie hubiese sacado la carta, fuese quien fuese el siguiente propietario, quería que leyera sus palabras, para que así las buenas vibras que le había dejado a ella, fuesen transportadas. En cambio, se encontró con una segunda carta. “¿Habrá alguien viviendo ya? —se preguntó Carolina— ¿se habrá olvidado sacar el letrero?” La casa se veía abandonada y no entendió nada. Decidió llevarse la carta, decía en una letra inmensa “Para Carolina”. Pues ni modo, caminó hasta una botillería y compró una bebida antes de irse. La gente del negocio le conocía, después de un año y medio de comprarles víveres, tarde o temprano uno termina por conocer a la gente. Preguntó si ya conocían a quien habitaba la Casona, le contestaron extrañados que nadie todavía la arrendaba y que al parecer nadie había venido a verla siquiera. Carolina apretó la carta contra su pecho y se apresuró por llegar a su departamento a leerla. Pues las incoherencias seguían, el tal Tomas, el nombre con el cual estaba firmada la carta, dejaba claro que él vivía en el año 1996 y que las manchas de la terraza jamás habían existido. No supo como tomar la carta. Sí ese sujeto extraño estaba jugando con ella, era mejor dejarlo en paz, sin embargo, había algo raro, sentía que no era el azar, dentro de ella le gustaría que todo fuese verdad, que ella fuese parte de una historia mágica. Guardó la carta y durante la próxima semana pensó sobre si contestar o no la carta.

Tomas estaba pintando, era domingo y creía que aún tenía la capacidad de mejorar su técnica, la cual, era la de alguien que pinta sólo por hobby. La terraza era perfecta para tal ejercicio, se podía ver todo el mar desde allí, es que el mar tiene su encanto, aún cuando a alguien no le guste, siempre puede admirarlo y encontrar algo en él, por sutil que sea. Fue en uno de esos momentos, en que Tomas estaba embobado, que tocaron el timbre y saltó por lo impredecible, los botes de pintura cayeron sobre la terraza, mandó al infierno el mundo y todo lo que había en él. Más encima, era el antipático de Álvaro con su pequeña bestia, un perro tan pequeño como odioso. Claro, le dio lo mismo, lo soltó apenas entró en la Casona, la maldita bestia entró rápidamente cruzando el living, sin más preámbulo, puso sus apestosas patas en la pintura caída y se dio el lujo de correr por toda la terraza. Tomas normalmente, habría maldecido al perro sin piedad, aún cuando no lo merecía por muy vil que fuese, sin embargo, entendió que las manchas de la terraza jamás las sacaría y no había más remedio que enfrentarse al destino. Ahora estaba dispuesto a contestarle todas las cartas a Carolina y seguir el juego hasta el final. “¡¿Cómo sabría sobre las manchas?!” se preguntó esa noche mientras preparaba unos fideos para comer.

Otra vez frente al buzón, Carolina había decidido por fin enviar una segunda carta, era una carta doble, siempre a la defensiva; Por un lado trataba de dejar en claro que no le gustaban este tipo de juego, no obstante, al mismo tiempo, dejaba entrever que le encantaría que este juego fuera en realidad el camino para una gran amistad, la idea de la fantasía real estaba enmarcada bajo las sombras de una taza de café. Cualquiera se podría dar cuenta que había tardado horas en crearla e igual así, no había logrado una carta del todo coherente. Miró el buzón, le tenía cierto respeto, era el único canal de comunicación que tenía con el extraño. Caminó los dos pasos de distancia que había, guardó la carta y cerró el buzón. Movida por la curiosidad, no pudo irse, tenía que saber que pasaba, entonces lo abrió nuevamente y la carta ya no estaba.

Las casualidades abundan, esto de ir al correo, abrirlo y encontrarse con el vacío es de todos los días, pero Tomas tuvo un presentimiento después de cerrarlo, como si todo hubiese cambiado en un sólo instante. Se devolvió al buzón y ahí estaba, era la carta de Carolina, miró hacia todos lados y nadie, no había nada, si era un truco de magia, no era más que eso... magia. Su jardín era extenso y tenía bellas flores para regalar. Fue tras una y como una especie de juego, escribió en un papel “Para Carolina”, la dejó en el buzón y cuando volvió a abrirlo sólo unos segundos después, el papel y la flor habían desaparecido.

Carolina estaba sentada mirando el buzón, esto de aparecer y desaparecer no le convencía, pero había abierto ya tres veces el buzón revisándolo, no había indicios de ningún dispositivo. Estaba apunto de irse, cuando decidió que no le haría mal ver de nuevo, total, que podía perder. Adentro había una flor y un papel que decía “Para Carolina”. La flor la reconoció, era del jardín de La Casona, la letra era la misma de la carta anterior.

Durante las siguientes semanas y meses, las cartas se volvieron menos extrañas y cada vez más intimas, hasta llegar al punto de contarse las cosas cotidianas. Lo que había comenzado como un juego, se convertía en rutina al límite de lo obsesivo. Al comienzo los martes era el día en que Carolina le dejaba la carta de respuesta a Tomas, mientras que los viernes le tocaba contestar a él. Así como con las manchas de pintura, Carolina tuvo la oportunidad de comprobar si Tomas realmente vivía en 1996. Ella recordó que en agosto de ese mismo año, había perdido un discman, tenía la seguridad de la fecha, ya que esa misma noche se había graduado una de sus mejores amigas. Había ocurrido que esperando el metro, se había sentado en un banco, dejando el discman a un lado para buscar algo en su bolso. Sólo alcanzó a darse cuenta cuando las puertas del metro se cerraron y aferrada a la ventanilla vio como se alejaba del banco, al mismo tiempo que avanzaba el carro. Pensó en cambiar de dirección y volver a la estación en su búsqueda, pero sabía que no estaría para ese entonces, se resignó y siguió su camino. Ella le había escrito la situación y Tomas había entendido que era la oportunidad para conocerla.

Según ella había sido alrededor de las siete de la noche, no estaba del todo segura, por lo que Tomas había tomado la precaución de llegar a las seis y media y sentarse en la estación hasta verla llegar. Estaba nervioso, como un niño en su primera cita, sabía que sólo debía tomar el discman e irse, pero esto de verla, ¿cómo sería? “Seguro será gorda y fea,” se decía para no hacerse ningún tipo de ilusión, pero en el fondo esperaba que fuese atractiva y que pudiera quererlo. Pues, se distraía en estos pensamientos cuando escuchó un grito apagado, no era de dolor, sino aquel que uno produce cuando se ha dado cuenta que ha cometido un error terrible, que quizás el grito puede parar el momento y volver todo atrás. Se dio vuelta mirando hacia el lugar desde donde había provenido, era una chica de pelo castaño, ojos oscuros, el rostro era imperceptiblemente ovalado y su belleza estaba en lo impredecible del momento, estaba apoyada en la ventanilla del carro y este se movía rápidamente lejos de la estación. “¿Qué era lo que estaba mirando?” se preguntó Tomas y vio que era un pequeño discman que solitario se encontraba en un banco de la estación.

—Carolina... —dijo en el silencio—, era ella.

—¡Mi discman! —exclamó Carolina apenas lo vio en el buzón, ahí... tres años después—Entonces... él lo recuperó.

La tarde cayó y por primera vez pensó en el destino, en que había pasado con aquel pasajero de 1996. El miedo fue todo lo que le quedó, cerró los ojos y no quiso pensar más en aquello, las cosas estaban bien como estaban, él era un buen amigo y quedaría en eso. Las letras pueden convertirnos en amantes de la casualidad, pero jamás debemos caer en las redes del deseo y la obsesión que se crean por culpa de ellas. Sin embargo, el hecho también había recaído en Tomas, se preguntaba que tonto podía llegar a ser y no buscarla, debía dejar pasar el tiempo, reencontrarse en el futuro, si aguantaba hasta ese momento del destino.

De un día al otro, todo cambio, algo raro había pasado, la carta del martes no llegó y Tomas creyó que algo le había pasado, nada grave por supuesto, que no había tenido tiempo de dejar la carta correspondiente. El miércoles y el jueves luchó internamente pensando en si le escribía o no la carta que correspondía al viernes, pensaba que si no la escribía, ella se podía sentir ofendida, pero por otro lado, creía que no debía escribir hasta que tuviese una respuesta de ella. Ni el viernes, ni el sábado ni el domingo, ni siquiera el martes siguiente llegó una carta. Tomas adelgazó y se sintió desdichado, comenzó por revisar el buzón tres veces por día, hasta llegar al límite de una vez cada tres horas. Después de dos semanas sin respuesta, decidió dejar el asunto, no tenía sentido morirse por alguien que realmente no conocía, que daría vuelta la página y seguiría la rutina a la cual estaba acostumbrado sin memoria alguna del asunto.

Carolina caminaba de vuelta a casa de buscar la última carta de Tomas, le había escrito más que nunca, quizás unas diez páginas, terminaba la décima, tratando de mirar hacia adelante sin chocar, cuando se encontró frente a frente a Cristian. ¡¿Había vuelto?! ¡¿Pero cuando?! ¡¿Por qué... otra vez?! Recordó lo ocurrido hace dos años, todo lo que él le había hecho, después había desaparecido y no supo más de él.

—¡Maldito seas, Cristian! —le gritó sin darle chance siquiera que se le acercará— Idiota, imbécil, ¡hijo de puta!

Y estalló durante largos minutos como una locomotora que parece que jamás se detendría, sintió su sangre hervir, su vientre apretado y quiso que todo el mundo se desvaneciera y cayera por un largo abismo sin retorno. Soltó las hojas de Tomas y el viento las esparció por toda la calle hasta transformarse en nada dentro de la mente de Carolina. Después del caos, viene la calma dicen, es cuando los sentimientos se convierten, cuando la ira se transforma. En el caso de Carolina no salió nada, sólo se quedó quieta, muy quieta, escondida en un rincón, Cristian había salido corriendo. Se había jurado a ella misma no recordarlo, no llorar ni hacer nada que le dañara nuevamente por culpa de él. Era imposible, todo su cuerpo temblaba, se enfriaba irremediablemente, abrió los ojos lo más que pudo, obligándose a mantenerse despierta, seguir viva. Se levantó nuevamente y corrió a casa sin parar en donde se perdió. Durante tres semanas anduvo sin darse cuenta de lo que era sueño y de lo que era verdad, divagando de una pieza a otra. Se olvidó de la Casona, del buzón y sobre todo de Tomas. En la mitad de una taza de café, su recuerdo llegó como un flash, recordó la fecha de la última carta que había leído y se sintió desesperadamente aliviada, hizo los cálculos y si es que el tiempo seguía corriendo paralelamente como siempre, aún le quedaba una semana. Tomó papel y escribió una última petición a Tomas. Corrió por las calles, tomó un taxi y antes de las doce se encontraba cara a cara con el buzón.

—Por favor, deseo concedido —dijo en tono de oración y echó la carta—, házmelo y jamás lo olvidare.

Algo había cambiado, un escalofrío atravesó la espalda de Tomas y sintió que algo había pasado, quizás a la entrada de la casa. Salió a mirar, no había nadie, antes de cerrar la puerta, miró el buzón y se preguntó si debería revisarlo una vez más. “Total —pensó—, no pierdo nada” los ojos le brillaron y una enorme sonrisa surcó su rostro. No obstante, la carta era extraña, no eran sus palabras, la armónica composición de Carolina no estaba presente. Era como una desesperada agonía que lo dejaba intranquilo con cada oración. Al final venía una petición, vio la fecha y le alegró que aún pudiese cumplir con tal simple cometido. ¡¿Pero que le habrá pasado?! ¡¿Por que será de tal importancia cambiar el destino?! No se quedó tranquilo en toda la noche pensando en que le habría de pasar a Carolina en siete días más.

En tres días Carolina no recibió respuesta alguna, ella esperaba que Tomas le dijera si iba o no aceptar su petición. Se desesperó y el quinto día volvió al buzón, esta vez la carta no era ambigua como la primera, no sólo le pedía que fuera el 28 de noviembre a las tres y media de la tarde al Café Mouse, en dónde debía evitar que ella acompañara a Cristian al Bar de la Vereda; además en el último párrafo le explicaba la verdadera razón, lo que ese día había pasado. A la mañana siguiente, recibió la respuesta, un papel doblado que decía únicamente “lo haré”.

Las últimas letras habían vuelto loco a Tomas, la tinta mojada desaparecida dentro del bolsillo de su chaqueta, pero no le importaba, ya había leído y sabía muy bien lo que tenía que hacer. Caminó seguro por las calles, no sentía miedo, sabía muy bien que no podía fallar, esa tarde Cristian había violado a Carolina y no podía aceptarlo. La sangre le hervía y caminaba sin pensar. Estaba decidido a darle una paliza a Cristian, la respuesta al enigma sobre matar a Hitler, nunca le había causado problema.

Esa mañana, Carolina caminó, caminó y sin darse cuenta volvió al hospital donde la habían atendido. Entró, algo le intranquilizaba, pero no eran los malos recuerdos de aquella época, tampoco era que el lugar estuviese lleno por un accidente... ¡Accidente! El tipo que estaba enfrente acostado, en coma desde hace tres años. De repente se le vino ese día, el 28 de noviembre de 1996 entero, justo frente al Café Mouse. Recordó el parabrisas roto de un auto, la sangre esparcida por la calle y al tipo que se llevaban, la gente murmuraba que había muerto en el impacto, otros que aún se encontraba con vida. Carolina vio su rostro durante un segundo, toda esa memoria muerta en algún rincón se le vino encima. Salió del hospital y volvió a la Casona tan rápido como pudo, escribió en un papel “¡No vayas!” y lo puso dentro del buzón. Esta vez, al abrirlo el papel seguía ahí, lo intento una y otra vez sin resultado, jamás resultaría, demasiado tarde, años atrás, Tomas había salido camino al Café.

Miró el reloj atravesando la calle y pensó que los cinco segundos que quedaban para un nuevo minuto, no eran muchos, si no hubiese estado tan inmerso en su misión, talvez, sólo talvez, habría visto el auto que a toda velocidad lo tomó desde un costado, “pero así es la vida” pensó Tomas, un auto y todo se desvanece, su cabeza directo contra el parabrisas y no le importó nada, en el aire sólo una duda giraba en su cabeza... ¿Por qué Carolina no se habrá acordado del accidente? Los recuerdos no son mucho cuando piensas que son creados por el destino, un juego macabro escrito en tu mente.

Era una noche fría como cuando uno se prepara para volver a casa y se da cuenta que está demasiado lejos para hacerlo, demasiado tarde para dar vuelta atrás y todo es demasiado, un poco distinto. Era 1999, en una sala de un hospital dormía desde hace tres años Tomas, sin querer Carolina lo había encontrado y cualquier cosa podía pasar, el destino estaba echado desde antes.

2003.

Este cuento es una adaptación de la película coreana “Siwolae" de Hyun-Seung Lee (es.wikipedia.org/wiki/Siwolae), conocida en occidente como “Il Mare". Lo escribí el 2003, no sé muy bien por qué, quizás porque no me había gustado mucho el final, o sólo como un ejercicio de tomar una trama y re-escribirla. Hace muy poco supe que la película estaba basada en una novela de Jiro Asada. El 2006 Hollywood hizo su propia versión, "The Lake House" www.imdb.com/title/tt0410297/

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Comments2
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Quieroalas's avatar
Sencillamente perfecta, me ha gustado mucho; aún no me he visto la peli (ya la veré), pero seguro que lo que has escrito es mejor que la historia original. XP